Un grupo de investigación bonaerense está desarrollando un innovador proyecto que emplea imágenes cerebrales para entender los impulsos que llevan a una persona a consumir alcohol en exceso, así como su posible control. Este enfoque, además, podría convertirse en una herramienta clave a la hora de pensar tratamientos que apunten a la prevención.
En Argentina, una persona ingiere al menos 9,88 litros de alcohol por año, lo que posiciona al país entre los que más consumen dentro de Latinoamérica. En este marco, desde el Centro de Medicina Traslacional del Hospital El Cruce, en Florencio Varela, buscan comprender cuáles son los mecanismos que se activan en el cerebro al momento de beber. Esto lo hacen mediante la utilización de imágenes cerebrales que se obtienen con estudios de resonancia magnética. El proyecto es financiado por la Comisión de Investigaciones Científicas de la provincia de Buenos Aires en el marco de las Ideas Proyecto 2024.
El trabajo propone realizar estudios de resonancia magnética estructural y funcional para ver cómo las respuestas del cerebro varían frente a la presencia de estímulos relacionados al alcohol. Durante las pruebas se expone a las personas a sonidos como el descorche de una botella, la apertura de una lata de cerveza, entre otros para ver qué zonas del cerebro se activan en ese momento.
Además, se analiza el “circuito de recompensa”, es decir, los mecanismos que se disparan ante las cosas que pueden producir placer. “El objetivo es ver qué cosas hacen que se dispare este circuito y a la vez ver cuánto dura esa exacerbación”, explica Lucía Alba Ferrara, Dra. en Neurociencias y directora del proyecto.


Las fallas en las funciones ligadas al control del consumo de alcohol y a inhibir conductas impulsivas se presentan como una de las principales características en las personas con problemas de alcoholismo. Estos trastornos, además, están asociados con anomalías en el procesamiento emocional. Esto es importante dado que el sistema cerebral afectado es el sistema mesocorticolímbico, un circuito cerebral fundamental en el procesamiento de toma de decisiones, la regulación de la motivación y la recompensa.
“Queremos observar qué pasa si están haciendo una tarea que necesita atención y de repente escuchan el ruido de descorche, si pueden continuar o si sus mecanismos atencionales están tan perturbados que una vez que uno lo distrae con eso se desconcentran completamente”, explica la investigadora.
Para el grupo de trabajo es fundamental entender la interacción entre el control cognitivo voluntario que requiere el proceso de atención en una persona y la respuesta emocional automática dado que sirve para comprender la regulación de la conducta y cómo los estímulos ligados al placer desencadenan el posterior abuso de bebidas.
“La pregunta que nos hacemos es: ¿qué pasa con los pacientes que tienen problemas con el alcohol? ¿Se distraen aún más con estos estímulos o se distraen igual que el resto pero no pueden volver a concentrarse?”.
Todavía no está del todo claro si la principal falla en quienes padecen estos trastornos está en el autocontrol, si el placer asociado a la ingesta es más intenso, o si se trata de una combinación de ambos factores. Sin embargo, este tipo de estudios permite indagar estas cuestiones analizando cómo las distintas poblaciones responden a cada estímulo según su contenido emocional o hedónico.
El proyecto apunta a trabajar con pacientes que tienen un diagnóstico definido pero también en casos donde existe un consumo problemático pero todavía no cumplen con los criterios para hablar en términos de trastorno. Se trata de personas de ambos sexos, de entre 18 a 60 años sin ninguna condición que les impida el ingreso a un resonador, o que hayan padecido alguna condición neurológica o psiquiátrica previa. Los estudios se llevan a cabo en el sector de neuroimagen del hospital bonaerense.
¿Cuándo se convierte en una señal de alarma?
Los patrones de consumo se pueden clasificar según la cantidad que se ingiera a diario. En uno de los extremos están quienes consumen alcohol de forma ocasional o moderada, sin que esto les genere consecuencias negativas. Sin embargo, cuando se supera cierta cantidad, el riesgo aumenta.
Una unidad de bebida estándar tiene al menos 13 gramos de alcohol, cantidad que se encuentra, por ejemplo, en una lata o porrón de cerveza (entre 300 y 350 mililitros), una copa de vino (150 mililitros) o un trago corto de bebidas como licor, whisky, vodka o fernet (unos 45 mililitros).
En las mujeres se considera consumo de riesgo la ingesta diaria de entre 20 y 40 gramos de alcohol (el equivalente a 2 o 3 de las mencionadas unidades de bebidas) mientras que en los varones, entre 40 y 60 gramos (de 3 a 4). Cuando estas cifras se superan de forma habitual se habla de un consumo problemático o perjudicial, con posibles consecuencias para la salud.
En los casos más graves, la ingesta pasa a ser una prioridad frente a otras actividades. Es a partir de esta instancia donde se habla de un “Trastorno por Consumo de Alcohol” (TCA). Este diagnóstico reemplaza al término “alcoholismo” y que incluye síntomas como la abstinencia, la necesidad de beber cada vez más para lograr el mismo efecto y el impacto negativo en distintos ámbitos de la vida, como el trabajo, la familia o los vínculos sociales.
Aunque no se tenga un trastorno específico diagnosticado el hecho de tomar en demasía puede generar cambios neurobiológicos a nivel cerebral. En esta línea la especialista agrega: “Nuestra idea es estudiar esos cambios neurobiológicos y a la vez poder predecir qué es lo que puede pasar hacía el futuro”.


¿Cómo funciona el cerebro? Una mirada poco explorada en el país
En Argentina no hay estudios sobre población local o que analicen estas cuestiones mediante estudios de resonancia. Los trabajos existentes se realizan sobre roedores, algo que posiciona la propuesta como sumamente innovadora.
“Determinar el comportamiento de estas personas que quizás van por la vía pública, ven una publicidad y se activa el deseo de tomar es clave. Tener más información sobre lo que pasa a nivel cerebral con este trastorno habilita a generar más posibilidades terapéuticas”.
Saber cómo responde el cerebro ante determinados distractores es fundamental para pensar posibles terapias orientadas a la atención y la respuesta de las personas cuando está en entornos como bares, espacios públicos con más publicidades etc. “Trabajar sobre estas instancias es fundamental porque se trata del momento previo a tener una patología grave“, concluye Alba Ferrara.
Por Mariana Hidalgo