Diana Suarez es Vicepresidenta de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires, profesora en el Instituto de la Industria de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) e Investigadora del Centro de Estudios en Ciencia, Tecnología e Innovación (CIECTI). Se inició en la ciencia como asistente de investigación cuando todavía era estudiante. Como graduada, fue becaria FONCYT y becaria CONICET, y luego investigadora-docente en la UNGS. Es Doctora por la Universidad de Aalborg, Dinamarca, área Economía de la Innovación; Doctora en Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Quilmes, Argentina; Magister en Gestión de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación y Licenciada en Economía Industrial, UNGS.
¿Qué significa el 8M?
El 8M es un día muy especial, en múltiples sentidos, pero principalmente porque nos recuerda la lucha por la igualdad. En este día conmemoramos a las mujeres pioneras que han dado su vida en la búsqueda de la equidad en todos los ámbitos de la vida en sociedad. Es un recordatorio también del camino recorrido, de las batallas ganadas y las que quedan por ganar. Y en este sentido conmemoramos a las pioneras, pero también celebramos el feminismo, festejamos con todas las mujeres de la historia y de nuestro presente cada una de nuestras conquistas, desde el voto hasta la reciente aprobación de la interrupción voluntaria del embarazo.
¿Cuál es la situación de la mujer en el campo laboral, específicamente en la ciencia?
Hemos ganado batallas, pero aún quedan muchas por dar. En el mercado de trabajo en Argentina, la brecha salarial se ha mantenido prácticamente inalterada durante los últimos treinta años. Ganamos menos, enfrentamos mayores obstáculos y tenemos que esforzarnos más. En el caso específico de la ciencia, los datos son contundentes: la equidad en la base de la pirámide existe porque muchas más mujeres ingresan a la carrera, respecto de la proporción de varones; en la cima las cosas son muy diferentes. Las mujeres ocupamos en menor proporción que los varones los cargos jerárquicos, tenemos mayor carga de trabajo doméstico universitario, publicamos menos y tenemos menores probabilidades de acceder a financiamiento para nuestros proyectos de investigación.
Si bien hay avances en el reconocimiento de las mujeres, todavía son insuficientes. ¿Visibilizar esta realidad es una cuestión marketinera o hay acciones concretas en favor de la igualdad y la equidad?
Hemos avanzado. Nuestra sociedad está avanzando. De alguna manera hemos fisurado el techo de cristal, avanzando en procesos de inclusión y equidad. Aquí también las estadísticas muestran una tendencia favorable, hacia la reducción de la brecha de género, pero el ritmo no es suficiente. Dependiendo de la dimensión de la ciencia y la tecnología que miremos (publicaciones, patentes, cargos), los datos muestran que con esta tendencia, nos llevaría entre 50 y 100 años alcanzar la equidad. El techo de cristal se refiere a los mayores obstáculos que enfrentamos las mujeres a la hora de avanzar en nuestra carrera, de cristal porque estaban invisibilizados, no porque sea frágil. Creo que acciones como la nueva ley de financiamiento de la ciencia, la ley Micaela, los nuevos ministerios y cada una de las acciones emprendidas durante los últimos años, han contribuido a visibilizar ese techo, pero ello no implica ni cerca, que haya desaparecido. En ese sentido, una analogía mejor sería pensar en un techo de cemento.
¿Qué pasa con el lenguaje y una utilización del mismo que sigue invisibilizando a mujeres y diversidades?
El lenguaje es una construcción social. No son solo palabras. La forma de comunicarnos tiene la impronta de nuestra historia, de nuestras estructuras, de los constructos sociales que moldean nuestra forma de percibir el mundo. En este marco, el lenguaje inclusivo ocupa un lugar fundamental en el feminismo. Es una de las tantas formas en las que luchamos por dar cuenta de la existencia de procesos de discriminación y de visibilizar esos mayores obstáculos, pero principalmente de militar por la desaparición de las estructuras patriarcales profundamente arraigadas en los imaginarios, una cuestión fundamental para mostrar esas inequidades vinculadas no solo al lugar de la mujer sino de todas las diversidades.
La pandemia y su consecuente confinamiento, ¿afectó a las mujeres en el trabajo?
Todas las estadísticas, investigaciones y reportes muestran que las mujeres se han visto más afectadas que los varones por la pandemia y todos sus impactos. No solo aquí, en Argentina, sino en todo el mundo. Las actividades de cuidados y de trabajo doméstico no remunerado afectaron nuestro margen de trabajo más que a los varones. La brecha horizontal en el mercado de trabajo -la división sexo-genérica entre actividades laborales-, también contribuyó a que nos viéramos más afectadas. Un chiste común entre académicas en tiempos de ASPO era que al finalizar la pandemia los varones sin hijes habrán escrito artículos y libros mientras que las mujeres con hijes tendremos muchos collares hechos de fideos. Y aquí quiero resaltar una cuestión fundamental. Esa afirmación, con la que coincido yo y muchas otras mujeres, no implica renegar de esas actividades de cuidado, todo lo contrario, lucimos orgullosas nuestros collares. Lo que es injusto es que seamos penalizadas por esas diferencias, cuando son parte esencial de la vida en sociedad.
En el mismo sentido, ¿qué pasa con las investigaciones y el desarrollo de las mismas?
Aquí mi percepción es distinta respecto del impacto. A pesar de esa carga desigual, a pesar del techo de cristal y de tantos otros obstáculos, incluso en medio de una pandemia, las mujeres científicas hemos contribuido de manera significativa a estudiar, analizar y proponer soluciones tanto a los problemas de largo plazo que enfrenta nuestro país, como a los más inmediatos, vinculados a la pandemia. En todos los campos del saber encontramos mujeres que en medio de la crisis han redoblado sus esfuerzos de investigación, de gestión y de formación para atender los desafíos del momento. El futuro cercano no se vislumbra muy diferente, aunque ahora nos pondremos al servicio de un desafío urgente: poner en marcha a la Argentina.
La ley de financiamiento a la actividad científica, aprobada recientemente, postula “propiciar la igualdad real y efectiva de la participación de la mujer y la población LGTBI+ en todos los niveles y ámbitos del sistema científico tecnológico”. ¿Cómo se reflejaría en la práctica?
El desafío de la equidad en materia de diversidades nos obliga a actuar en dos frentes simultáneos. Por un lado, el corto plazo, porque la brecha existe, hoy enfrentamos mayores obstáculos para avanzar en nuestras carreras. Es preciso revisar los sistemas de evaluación de la ciencia y los esquemas de promoción. Esto implica reconocer el impacto diferencial de cuestiones tales como la maternidad, las actividades de cuidado y las dinámicas de la organización del proceso de creación de conocimiento al interior de los equipos de investigación. Implica formación de género en las comisiones evaluadoras, acciones de discriminación afirmativa y transversalización de la perspectiva de género en el proceso mismo de investigación. Pero esto no es suficiente. El segundo frente es el del mediano plazo. La equidad depende, por ejemplo, de pasar de esquemas de maternidad a esquemas de parentalidad, de las llamadas “cuotas” a la transformación de los imaginarios colectivos, de los estudios de género a los estudios con perspectiva de géneros. Implica avanzar en procesos de democratización del conocimiento, productores de ese conocimiento y destinatarios deben ser parte integral de la actividad científica. Contemplar las diversidades en el proceso mismo de creación de conocimiento nos permitirá hacer mejor ciencia.