Conocida popularmente como wakame, Undariapinnatifida es una macro alga invasora proveniente del sudeste asiático. Hace 30 años prosperó en las costas patagónicas con impactos negativos sobre actividades económicas y la biodiversidad marina. Más acá, en 2011, se observaron por primera vez ejemplares de esta alga en el puerto de Mar del Plata. Hasta el momento, en estas latitudes de la costa bonaerense no se registraron comportamientos invasivos; sin embargo, científicas y científicos ya se encuentran trabajando en posibles aplicaciones y valorización de su biomasa como biofertilizante y protector vegetal para cultivos orgánicos.
La iniciativa tiene como marco la Ley Pampa Azul y fue seleccionada en la convocatoria Ideas-Proyecto, impulsada por la Comisión de Investigaciones Científicas (CIC). La finalidad que tiene el proyecto es investigar recursos biológicos que están en la Costa Bonaerense -principalmente en Mar del Plata- y que son promisorios para el desarrollo de aplicaciones biotecnológicas.
En 2011, investigadoras/es de la Universidad Nacional de Mar del Plata observaron por primera vez algunos ejemplares de Undaria en el interior del puerto. Actualmente se encuentra en toda el área del puerto interno tanto en las escolleras y espigones como en los cascos de las embarcaciones amarradas.
“Por ahora no es un alga que tenga un comportamiento invasivo en la provincia de Buenos Aires”, aseguró Claudia Casalongué, investigadora del CONICET y directora del Instituto de Investigaciones Biológicas (IIB), asociado a la CIC. Si bien aún no es una amenaza, la presencia de pocos ejemplares en la costa marplatense alertó a científicas y científicos que diseñaron un plan de uso y explotación biotecnológica para sumar valor industrial a la biomasa algal.
Para esto, el proyecto propone iniciar el estudio de bioprospección del alga con el fin de identificar extractos con propiedades bioactivas. “En particular, proponemos la caracterización de la biomasa algal como bioestimulante y fitosanitario para mejorar la producción frutihortícola sustentable con aplicación directa en diferentes nichos productivos incluyendo una cooperativa de producción agroecológica”, explicó Casalongué.
Del mar a la tierra
Las y los investigadoras/es estudian el posible empleo de la biomasa algal para utilizarla como biofertilizante en prácticas frutihortícolas relacionadas con cultivo orgánico, agroecológico y/o de alto nivel de seguridad alimentaria. Esto permite elaborar formulaciones que limitan el uso de agroquímicos sintéticos. En ese sentido, el alga tiene la propiedad de mejorar el rendimiento vegetal, aún en condiciones de estrés hídrico, y protegerlas de enfermedades.
Ante sequías o salinidad en agua de riego las plantas se debilitan, bajan los rendimientos y son propensas a contraer enfermedades. Para poner en práctica este trabajo, las y los expertas/os se acercaron a conocer distintas iniciativas productivas de la zona.
En la Cooperativa Colonia Ferrari hay un problema importante. Casalongué explicó que “tienen un problema importante ligado a la falta de agua y salinidad del suelo”. En ese sentido, la utilización de la biomasa de Undaria podría ser un insumo que cumple las dos funciones.
“La biomasa algal tiene muy buenas propiedades higroscópicas. Esto quiere decir que absorbe agua. Y entonces, el hecho de poder utilizarla como compost en los suelos de lugares donde no hay buena disponibilidad o donde el agua no es de buena calidad para las plantas, podría mejorar esa retención de humedad y mejorar el rendimiento vegetal”, aseguró Casalongué.
En este sentido, según la hipótesis de las y los expertas/os, este bioinsumo basado en la biomasa algal “permitiría mejorar el crecimiento de cultivos en invernáculos, generar mejores condiciones de desarrollo inicial y, por lo tanto, impactar en la calidad y rendimiento de los cultivos”. Pero esta no es la única propiedad.
Por otro lado, “estos compuestos basados en algas también tienen propiedades antimicrobianas y cuando se los aplica foliarmente pueden funcionar como protectores de las plantas frente a patógenos, factores bióticos, bacteriosis o enfermedades fúngicas”, explicó.
En ese sentido, esta iniciativa comprende un desarrollo biotecnológico con aplicación en cualquier práctica agrícola que apunta a sustituir la aplicación de agroquímicos. “Este bioestimulante vegetal es un insumo que hoy en día es muy valorado en todo lo que tiene que ver con el cultivo orgánico por su bajo impacto ambiental e inocuidad de alimentos para el consumo humano”, indicó la investigadora.
Antecedentes locales de un polizonte
“La novedad en la costa bonaerense es que se encontraron algunos ejemplares de U. pinnatifida”, advirtió Casalongué. Pero en la Patagonia ya hace un tiempo es un problema y una oportunidad. “Es extremadamente compleja la erradicación. En la Patagonia el alga se ha convertido en un individuo más de los ambientes costeros. Es parte de la biodiversidad del ambiente”.
¿Cómo llegó a nuestras costas? “La macro alga tiene un comportamiento invasivo en diferentes mares del mundo”, explicó Casalongué. Y agregó: “No es autóctona de las costas patagónicas, proviene de Asia. Se cree que llegó en el año 1992 en el agua de lastre de un buque de pesca coreano”.
El agua de lastre se utiliza en la navegación para lograr la estabilidad de un barco. Esta agua se carga en el lastre en el lugar de partida y se descarga en el destino. Esto habría pasado con el buque coreano que arribó hace 30 años a Puerto Madryn. “Llega a la costa patagónica y trae consigo los primeros ejemplares que encontraron un ambiente propicio para propagarse en nuestras latitudes”, dijo Casalongué.
“Crece en cercanía de las costas porque tiende a anclarse. Al ser un alga parda y al tener un desarrollo tan voluminoso en su biomasa se esparce por kilómetros dentro de la plataforma”, agregó la especialista.
“Esto produjo un gran problema ya que su propagación se combinó con las mismas rutas de acceso de los barcos de pesca e hizo necesaria la cosecha. Esto en un primer momento se hacía artesanalmente, con mallas, con ingresos desde cercanías de las costas, pero hoy en día se hace con máquinas que permiten arrastrar el alga mecánicamente”.
En este sentido, Casalongué aseguró que “es necesaria su recolección y su cuidado invasivo porque si no se cosechara y no aliviara de esta biomasa obstaculizaría el ingreso de barcos pesqueros, es decir, los mismos barcos que las traen son los que se perjudican”. Es imposible pensar que no afectó la biodiversidad autóctona de los mares de la Patagonia, pero no hay estudios que lo puedan verificar.
El alga ocasionó inconvenientes, pero también resultó ser una oportunidad económica: la cosecha permitió controlar la propagación y exportar la biomasa. “Luego de la cosecha se trae a la orilla y, ya sobre la costa, se pasan como una especie de rastrillos mecánicos que recogen y van generando montañas de esta biomasa. Se seca, se compacta y se exporta. La exportamos como exportamos los granos de soja: sin valor agregado, a pesar de su alto valor como recurso biotecnológico en cosmética, agricultura, entre otras industrias.”
El hallazgo de esta alga en el puerto de Mar del Plata permitió avanzar con ese trabajo. Casalongué lo explicó así: “Nuestra línea de investigación se inició con el aprovechamiento de la biomasa de origen patagónico, pero el hecho de encontrarse ejemplares en la costa bonaerense nos permitió proyectarnos comparativamente con las propiedades bioquímicas y biotecnológicas que pueden tener los ejemplares patagónicos como bonaerenses”.
En ese sentido la investigadora afirmó que “no esperamos encontrar grandes diferencias desde el punto de vista tecnológico; pero pensamos que la disponibilidad del recurso en la costa bonaerense también habilitaría profundizar estudios que por ahí no serían tan sencillos de realizar con la biomasa disecada y cosechada en el sur”.
Por Alejandro Armentia