Vivimos en una era de hiperconectividad. Las personas pasamos tanto o más tiempo con pantallas que con otras personas, y podemos conversar al instante con gente que vive a miles de kilómetros de distancia mediante las redes sociales. Las nuevas tecnologías digitales llegaron para cambiar las formas en que nos vinculamos y a plantearnos nuevas problemáticas.
Durante los últimos años se han acuñado palabras como “ghosting”, “stalking”, “hangear”, “orbiting”, “sexting”, “nudes”. Todos términos relacionados a prácticas que suceden en las redes sociales y aplicaciones de mensajería.
En la Provincia de Buenos Aires, un equipo conformado íntegramente por científicas sociales del Instituto de Política y Gobierno -IPG centro de investigación de la UNNOBA- está trabajando este tema con estudiantes de nivel medio. El estudio, que forma parte de la convocatoria de Ideas-Proyecto, indaga en las prácticas de personas víctimas, victimarias o testigos en casos de violencia de género en entornos digitales. El trabajo se está llevando adelante en las localidades bonaerenses de Junín y San Antonio de Areco.
Según un estudio de la consultora especializada en el área digital We are social en 2021, el 80% de la población argentina tenía acceso a Internet, fundamentalmente a través de sus teléfonos móviles. De este porcentaje, la enorme mayoría se concentra en la población más joven. Según el mismo estudio, citado en el proyecto de investigación, en promedio pasamos más de nueve horas y media en la web, de las cuales un tercio son dedicadas a las redes sociales. A su vez, las plataformas digitales y sus usos están comenzando a influir en la conformación de los roles de género y subjetividades en la sociedad.
“Cuando presentamos el primer proyecto para trabajar con juventudes y pantallas en el año 2017 era un tema novedoso, pero también costó demostrar la importancia que tenía y las consecuencias que tenía desde el sentido común en relación a las adolescencias”, cuenta la directora del proyecto, la doctora en Ciencias Sociales y Humanas, Raquel Tarullo. Agrega: “Nosotras podíamos ver algunas cuestiones a partir de bibliografías de estudios similares realizados en otros países, sobre todo en España”. En ese país se habla de “Violencias de género 2.0”.
En un comienzo, el proyecto de investigación estaba centrado en las prácticas de estudiantes de universidad. El estudio que forma parte de la convocatoria de Ideas-Proyecto se enmarca en la tesis de doctorado de la investigadora Yanina Frezzotti, que hoy es docente de la UNNOBA y becaria doctoral de CONICET.
Las investigadoras decidieron escribir el trabajo en lenguaje inclusivo, utilizando las categorías “chicas, chicos y chiques”. “Trabajando con las juventudes el tema de la autopercepción surge continuamente en los comentarios, por lo tanto era lógico preguntarles cómo se autopercibían y respetarlo”, justifica Frezzotti respecto a esta postura y agregó: “En los cuestionarios surgieron otras categorías como mujer trans, varón trans, género fluido, entre otras”.
Los espacios digitales y las violencias
Para las investigadoras el término “violencia de género” abarca además de las dirigidas a las mujeres, otras agresiones como la discriminación por orientación sexual, por identidad de género y las prácticas agresivas a varones que no cumplen determinada visión de lo que debe ser la masculinidad hegemónica. Bajo esta lupa, una de las primeras conclusiones que menciona Frezzotti es que en las adolescencias la inmensa mayoría de las situaciones de violencia “la siguen sufriendo las mujeres”, que además las padecen ”desde una postura de mayor vulnerabilidad social, por todas las cuestiones que se esperan de ellas”. “Muchas prácticas propias de nuestra sociedad han tenido su corolario en el espacio digital”, explica Tarullo.
La metodología de la investigación consistió en un cuestionario digital que se repartió a estudiantes del secundario en las localidades de Junín y San Antonio de Areco (sedes de las universidades UNNOBA y UNSADA respectivamente). En esta última localidad el trabajo aún se encuentra en etapa de recolección de datos, pero las investigadoras pudieron adelantar algunos resultados de Junín: “A pesar de las diferencias entre las regiones, los resultados son bastante similares a los estudios que tomamos como antecedentes de España de hace algunos años”, contó Frezzotti.
“Una de las primeras cuestiones que detectamos es que las juventudes advierten este tipo de violencias y se reconocen mucho más como testigos, pero pocas veces se reconocen a sí mismas como víctimas o responsables de situaciones de violencia. Eso cambia cuando se profundiza y empezamos a indagar en sus experiencias personales”, relata la doctoranda en comunicación.
Según concluyen las investigadoras, las juventudes no establecen ninguna diferencia entre el ámbito presencial y el virtual. “Lo viven como un continuo: lo que empezó en el aula siguió en las redes o viceversa y no hay disociación de ambos espacios” explica la investigadora radicada en UNNOBA. “Esto es algo que venimos analizando en otras temáticas por fuera de las violencias de género”, agrega.
Entre las violencias y estereotipos por motivos de género, Yanina cuenta que “sigue vigente toda la expectativa del deber ser para el varón y para la mujer”. A su vez reflexiona que “una pensaría a priori que luego de los cambios culturales impulsados por los feminismos los últimos años, las nuevas generaciones forman sus subjetividades de otra manera en lo relativo al género”, pero lo que ven en sus estudios “muestra lo contrario”. “Las chicas siguen sintiendo muchas presiones respecto al ejercicio de su sexualidad“, ejemplifica.
Por otro lado, las presiones hacia los varones aparecen por parte de sus propios grupos de amigos. “Todas las expectativas respecto a cómo tiene que comportarse un adolescente varón aparecen en forma de comentarios humillantes o agresivos disfrazados de chiste o broma como parte del propio grupo de pertenencia“, explica Yanina.
“En cierta manera no hay nada nuevo bajo el sol. Cambió el entorno en el que sucede, en todo caso. Pero las prácticas que tienen lugar dentro de las redes son una extensión de lo que sucede afuera“, confirma Raquel Tarullo.
Entonces: ¿Qué pasa en el espacio digital respecto a la violencia? ¿Se podría decir que es lo mismo que sucede afuera? ¿Qué especificidades tienen las violencias en las redes sociales? “Algunas tienen que ver con una cuestión de amplificación por el tema del anonimato, por el desconocimiento y la poca alfabetización que hay respecto al uso de las redes sociales: las prácticas de compartir o no compartir una publicación, qué compartir y qué no, hostigamientos en las redes sociales, etc.”, ejemplifica Tarullo.
Esta problemática está generando desafíos en la sociedad en general y sobre todo hacia adentro de las instituciones educativas, que muchas veces se encuentran sin herramientas para abordar estas problemáticas. “En las comunidades educativas se preguntan hasta dónde puede intervenir la escuela sobre algo que sucede en Instagram”, explica Yanina.
La necesidad de la educación en el uso de las tecnologías digitales
En este sentido, uno de los puntos a abordar según las conclusiones del estudio es el desconocimiento y la necesidad de alfabetización en prácticas digitales por parte de toda la comunidad educativa: docentes, familias y chiques. “Muchas veces se piensa que por tener un móvil y un celular con todas las aplicaciones, les chiques saben usar las tecnologías. Nosotres les adultes creímos que sabían y los llamamos ‘nativos digitales’, me parece que eso hay que ponerlo en duda”, afirma Tarullo y agrega: “En nuestro estudio quienes son testigos o vehiculizan la violencia digital son menores, lo cual complejiza el abordaje y pone en evidencia la falta de herramientas para lidiar con estas problemáticas por parte de las familias, las escuelas y los profesionales”.
¿Cuáles son las prácticas que se están estudiando? “Las tecnologías han habilitado nuevos formatos, por ejemplo, la utilización de memes, stickers o cuentas anónimas en redes sociales”, puntualiza Frezzotti. “La viralización de imágenes íntimas, el control de la pareja mediante el monitoreo a través de dispositivos digitales o las redes sociales, discriminar a alguien en las redes por su orientación sexual o su identidad de género, son algunas de las situaciones con la que dicen estar familiarizadas las adolescencias en los cuestionarios“, añade.
“Nos hemos encontrado con prácticas tales como jóvenes que obligan a sus parejas a que le den las contraseñas de sus redes, a que eliminen de sus redes a determinados contactos, mensajes o fotos, revisar a qué hora se conectó o dónde estuvo mediante la ubicación. También aparecen casos de exparejas que fueron bloqueadas y se hacen otra cuenta para seguir hablándole”, enumera. “Muchas veces lo cuentan como algo natural”, dice. “Que tu pareja exija que le compartas la contraseña de tus redes sociales es visto como un pacto lógico de confianza. En general no se percibe cómo una práctica violenta”, añade.
Frezzotti cuenta que donde más se evidencia un vínculo directo entre la violencia digital y la violencia de género física es en las relaciones de pareja. “Cuando en situaciones de noviazgo suceden prácticas como, por ejemplo, que un varón controle las redes sociales de la novia (a quienes sigue, con quienes habla, que tenga sus contraseñas), puede ser un síntoma que esté evidenciando una relación de poder asimétrica, donde el varón es dominante y puede haber propensión a otros tipos de violencia, como la física”.
En el grupo de investigación estas prácticas se analizan desde lo que se conoce como los mitos del amor romántico. “Hay toda una concepción respecto a lo que es el amor que es necesario problematizar para cambiar prácticas”, dice y añade: “De lo que se trata es de desmitificar lo que sería una relación de pareja. Hay una idea muy extendida respecto a que si no te cela no te ama, muy reproducido en las telenovelas, las películas infantiles, entre otros lugares”.
La práctica del acoso sexual digital está alarmantemente muy extendida también. “Se da mucho la situación de chicas que suben fotos suyas a sus redes sociales y comienzan a recibir mensajes de chicos -e incluso adultos- para verse, o directamente recibir fotos íntimas sin haberlas pedido. La enorme mayoría de las chicas que encuestamos dijeron haber recibido alguna foto de un miembro viril masculino sin haberla solicitado”, cuenta Frezzotti.
“La viralización de imágenes íntimas se da sobre todo en los grupos más jóvenes. Los chicos de 13 a 15 años comparten lo que se conoce como ‘pack de nudes’ que son capturas de pantalla con fotos íntimas de chicas (que quizás accedieron a tener sexting con los chicos) que después se comparten entre ellos por grupos de WhatsApp. En ocasiones eso se da por despecho de parte de exparejas que buscan hacerle daño difundiendo esas imágenes”, relata la investigadora. El noroeste de la Provincia está tristemente familiarizado con estas situaciones desde que en la localidad de Rojas una mujer policía se suicidó luego de que se viralizaron fotos íntimas suyas.
Redes para crear redes: la contención por entornos digitales
¿Las redes sociales y las plataformas vinieron sólo a generar nuevos problemas para las juventudes? La respuesta por supuesto es no. Si bien resuenan mucho los casos mencionados, también hay experiencias de utilización de las redes sociales con fines de ayuda y contención entre las y los usuarios que merecen ser contadas.
“Hicimos un estudio durante la pandemia que tuvo que ver con la violencia de género en cuarentena. Fue muy crítico porque muchas mujeres adultas quedaron en situaciones de aislamiento y convivencia con su agresor”, cuenta Yanina Frezzotti sobre una investigación previa a la de los secundarios que hoy marca un interesante antecedente. “Durante ese periodo se crearon redes de ayuda en los entornos digitales que buscaban prevenir, alertar y ser canales de ayuda mediante diferentes códigos (porque muchas veces el pedido de ayuda tenía que ser camuflado). Por ejemplo: había una campaña de una cuenta que se hacía pasar por una vendedora de cosméticos y si estabas pasando por una situación de violencia podías escribirle pidiendo específicamente el labial rojo, y eso era un código”.
“Específicamente en el estudio de ahora con les adolescentes les preguntamos si han usado las redes para escraches de casos de violencia de género. En general lo que responden las y los chicos es que no están de acuerdo con los escraches”, relata la licenciada en Comunicación Social. En Junín hubo un caso muy conocido de un escrache que incluso tuvo cobertura de medios de comunicación nacionales, en el que un varón era acusado de una violación pero finalmente resultó que no había sido él sino que era un hombre parecido físicamente. “A partir de ese caso se dio un debate grande en torno de hasta dónde sirve el escrache”, relata la investigadora.
Con respecto a este tema, además, también ha sucedido que chicas deciden escrachar a un novio o exnovio y luego se arrepienten, y eso genera tensión entre la comunidad que participó o difundió. “En general la postura de las adolescencias es no meterse con los escraches, a no ser que conozcan a las personas involucradas. En ese caso lo primero que hacen es comunicarse con dicha persona”, cuenta.
¿Y el Estado? Las posibles políticas públicas en estudio
A partir de estas experiencias recopiladas, el grupo de investigación de Junín solicitó y obtuvo un financiamiento para realizar talleres de capacitación sobre violencia digital para docentes y directivos. “En principio estamos delineando talleres sobre uso de redes y tecnologías para docentes. Algunas de estas cuestiones las ponemos en debate en esos talleres con docentes y proponemos la idea de trabajarlo también en el aula: llevarlo para que las, los y les chiques puedan pensarlo desde el punto de vista de la violencia“, explica la doctoranda en Comunicación.
“Estos talleres los organizamos pensamos en torno a dos ejes: por un lado sobre las investigaciones realizadas, los resultados que vemos y los conceptos que engloban la violencia de género digital; y después una instancia en la que pensemos en conjunto con los equipos les docentes cómo abordar esto en el aula“, explica y subraya: “Las adolescencias están necesitando espacios de escucha. Tienen una necesidad muy grande de hablar de todo esto”, subraya Frezzotti.
En ese sentido una de las líneas clave tiene que ver con plantear los conceptos vinculados a la violencia digital y el uso de las tecnologías como parte de los programas de la Educación Sexual Integral (ESI). “En los talleres les proponemos a los y las docentes que encuadren estos temas en los espacios de ESI”. Según los relevamientos, por ejemplo, la mayoría de las chicas y chicos de los primeros años de secundaría han tenido acceso a pornografía por internet, ya sea porque lo buscaron o porque les llegó de alguna manera. Entre otras cosas, es una demostración de los desafíos que plantea para las familias y para las instituciones educativas los usos y posibilidades que brinda internet y las plataformas digitales.
Por Juan Vera Visotsky