Presentó la primera tesina del país en base al cultivo de cannabis con fines terapéuticos, y su trabajo significó un aporte al reciente cepario nacional creado en la UNLP. Hoy, Cristian Vaccarini, becario de la CIC, trabaja en la caracterización de las variedades y en combatir de forma natural a una plaga que afecta a las plantas de cannabis. Pero todo comenzó más atrás, en la clandestinidad, produciendo aceite para una familiar con una grave enfermedad. “Fueron años de prohibicionismo que todavía hoy cuesta romper”, reconoció.
“Estaba por terminar la carrera y tenía un familiar con cáncer. Estaba en recuperación y le recomendaron el aceite de cannabis. Entonces empecé a cultivar en un ropero de su casa para producirle yo mismo el aceite. Y ahí me enganché”, aseguró Vaccarini, ahora licenciado en Biotecnología y Biología Molecular, y becario de la Comisión de Investigaciones Científicas en el Centro de Investigaciones del Medioambiente (CIM, CIC-UNLP-CONICET).
“Nunca había cultivado ni siquiera un tomate”, reconoció. “Cuando arranqué el tema me interesó cada vez más y vi que se estaba abriendo una línea de investigación a cargo de Darío Andrinolo, que es mi director, y Daniela Sedan, mi codirectora -ellos ya venían trabajando en un proyecto de extensión-. Me sumé y surgió la posibilidad de armar un cultivo de cannabis dentro de la Facultad y enmarcarlo en lo que sería mi tesina”. Pero había que enfrentar los prejuicios, incluso en la academia.
“Fue romper contra todo porque al principio estábamos en el ojo de la tormenta, en el centro del ámbito académico”, explicó Vaccarini. Y no era para menos: “Éramos los primeros que tuvimos plantas y era todo un drama. Cuando cosechábamos, por ejemplo, había un gran ‘tufo’. Tenían problemas con el olor. Pero -aclaró- lo hicimos con muchísima seriedad, con perfil bajo para no molestar. Hoy ya somos un equipo muy consolidado y el tema está instalado”.
“Arrancamos trabajando con distintas organizaciones sociales que venían cultivando sus plantas, reproduciéndolas y manteniendo esos cultivos, de alguna manera ilegales, y nos donaron plantines”. El Jardín del Unicornio, un club de cultivo, le cedió dos de sus variedades que empleaban con fines terapéuticos. También trabajaron junto a las organizaciones Mamá Cultiva y la Asociación de Cultivo en Familia de La Plata. “A partir de esos plantines que nos donaron empezamos a reproducirlos e investigarlos con el fin de caracterizar e inscribir las tres genéticas que tenemos”.
Del patio de casa al laboratorio
En ese momento nació el primer cultivo de cannabis con fines científicos del país. “Nosotros las denominamos Cepas Argentinas Terapéuticas (CAT)”, explicó Vaccarini. ¿Para qué sirve esto? “Por un lado, el cepario es importante para formar profesionales que tengan un contacto directo con la planta. Por otro lado, la importancia reside en que esté disponible material nacional no solo para investigar sino para hacer estudios clínicos o hacer producción nacional con genética de semillas que -si bien fueron importadas- vienen siendo trabajadas por las organizaciones sociales desde hace 10 o 15 años. Y ya son variedades locales”.
“Un caso particular es la CAT 3, el quinto elemento”, dijo Cristian Vaccarini. “Esa variedad la desarrolló en el patio de su casa Daniel Loza, un cultivador de La Plata”. Loza, conocido como “el profesor”, desarrolló esta cepa luego de varias pruebas entre las que mejoró las técnicas de cultivo y todo por un motivo básico: en el año 2000 le habían diagnosticado hepatitis avanzada y la trataba con aceite que él mismo producía.
“En 2018 nos entregaron la variedad, inauguramos el cultivo y a los pocos días falleció Daniel”, contó. Unos meses antes había sido allanado y arrestado por la policía. Le secuestraron todo el material (flores, semillas y preparados). El año pasado la justicia determinó que todo el material secuestrado sea cedido para investigación: “Lo recibimos y ahora estamos trabajando con las originales del quinto elemento”, resumió Vaccarini. La posibilidad de contar con plantas, semillas o conocimientos previos es determinante para la investigación.
“La importación de semilla es toda una complicación para la investigación”, señaló Vaccarini. Sin embargo, a mediados de julio de este año, se dio en el senado la media sanción para el marco regulatorio de la producción, industrialización y comercialización de la planta de cannabis, sus semillas y sus productos derivados para uso industrial y medicinal, incluyendo la investigación científica.
En la misma sintonía, Vaccarini afirmó que “se abrió ahora la inscripción de variedades argentinas en el INAES”, y agregó: “Tratamos de caracterizar e inscribir las tres genéticas que tenemos”. La caracterización es uno de los requisitos que pide el Instituto Nacional de Semillas (INASE) para poder inscribir las variedades a nivel nacional.
“Para esto el instituto pide dos ciclos de 400 plantas”. Por lo que todavía hay trabajo por hacer. La inscripción de variedades argentinas facilitaría aún más el proceso: aquellos cultivadores que vienen trabajando desde años podrían registrar la variedad y comercializarla. “Esto abre el abanico para lo que queremos hacer nosotros: no solo importar sino conformar el cepario nacional”, manifestó.
Primera tesina sobre cannabis terapéutico, primeros pasos
El material cedido por las organizaciones sociales y la posibilidad de contar con plantas en la Universidad para la investigación, fueron material que posibilitaron a Cristian Vaccarini producir la primera tesina sobre cannabis terapéutico en el país.
“El objetivo era comenzar a caracterizar estas tres variedades: determinar parámetros desde el punto de vista botánico, morfológico, químico y genético. Y observar que esos parámetros se mantengan homogéneos en todos los individuos de una variedad”, explicó Vaccarini. Buscó, en definitiva, hallar una pureza intravarietal; y por otro lado, observar las diferencias entre las variedades.
Para esto, Vaccarini hizo un perfil químico (contenidos de cannabinoides) de las tres variedades y, luego, “profundizamos sobre una de las genéticas de la CAT 3. Con ella hicimos dos ciclos de cultivos de 20 plantas”, dijo.
Sin embargo, una de las experiencias más significativas del grupo quedó plasmada en un trabajo con la Facultad de Veterinaria de la UNLP, juntos llevaron adelante el desarrollo de una terapia con aceite para perros que padecían epilepsia. El becario de la CIC explicó el proceso: “Preparamos el aceite, hacíamos la extracción a partir de las flores que obteníamos de este cultivo, la cuantificábamos por cromatografía líquida, veíamos la concentración de cada cannabinoide. El extracto crudo que se obtenía de la planta lo diluíamos en aceite y se hacía el seguimiento de los perros. Probamos un aceite alto en THC y uno alto en CBD, de dos genéticas distintas (CAT 1 y CAT 2)”.
¿Los resultados? “Los resultados fueron buenos. Eran perros que ya estaban para sacrificarlos y pasaban de tener 30 o 40 convulsiones por día a ninguna”, afirmó Vaccarini.
Un aroma que protege
El plan de trabajo en relación a la beca doctoral de la CIC será continuar con la caracterización de las variedades. “Luego de esto tenemos planeado hacer aceites esenciales: extracciones de los terpenos de los componentes volátiles de la planta (estos tienen que ver con el aroma) y por medio de este combatir la Tetranychus urticae”, explicó Vaccarini.
Esta especie, mejor conocida como arañuela roja, es un ácaro que afecta a las plantas de cannabis entre otros cultivos incluyendo los hortícolas. “Este aceite tiene propiedades insecticidas. El cultivo de cannabis está muy afectado por la arañita roja tanto los cultivos indoor como de exterior y podría ser una alternativa ecológica para combatir este ácaro”, aseguró.
Para combatir la arañuela roja se utiliza un producto químico llamado Abamectina (se trata de un insecticida, acaricida y antihelmíntico de acción translaminar ampliamente utilizado en la agricultura). Sin embargo, el becario de la CIC aclara que “no se recomienda utilizarla en la etapa de floración de la planta y no combate completamente al ácaro porque no es ovicida (no elimina los huevos de la arañuela)”. Además, “según el prospecto, 21 días antes de la cosecha no se puede aplicar y como vamos a usar la planta medicinalmente no es recomendable aplicar el producto sobre todo en flora”.
Finalmente, Vaccarini adelantó que del 30 de septiembre al 2 de octubre se llevará adelante el 2do Congreso Argentino de Cannabis y Salud en La Rioja. “Nuestro grupo de investigación es organizador del Congreso. Y entre otras cuestiones vamos a participar del cultivo que se desarrollará en La Rioja, nosotros llevaremos nuestra genética”. Allí se inaugurará una planta de agrogenética que apostará al desarrollo industrial de cannabis medicinal, algo inédito en el país.
Por Alejandro Armentia