Jorge Montanari es Licenciado en Biotecnología con orientación en Genética Molecular y Doctor de la Universidad Nacional de Quilmes especializado en Ciencias Básicas y Aplicadas. Es investigador de CONICET y dirige el Laboratorio de Nanosistemas de Aplicación Biotecnológica (LANSAB) de la Universidad Nacional de Hurlingham, recientemente asociado a la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires. El investigador considera que esta asociación “Es una manera de democratizar y regionalizar el conocimiento”.
En diálogo con Soberanía Científica, Montanari da cuenta de la importancia de la CyT en contextos electorales y el papel de las universidades en la Provincia. “Hacer ciencia es fascinante, pero hacer ciencia que pueda servir a la comunidad es todavía mejor y, sobre todo, necesario”, afirma.
Su campo de trabajo es la nanotecnología: el estudio de estructuras un millón de veces más pequeñas que un milímetro. Según explica, en ese tamaño la materia cambia sus propiedades. “Aprovechamos esas características diferentes que toma la materia nanoparticulada para aplicarla a enfermedades que afectan a la piel”, dice. Una de esas afecciones es la Leishmaniasis cutánea, considerada una enfermedad desatendida.
¿Por qué investigar esto? “El sector privado nunca va a promover investigación sobre algo que en Argentina tiene unos 200 casos al año y que lo sufren residentes en zonas rurales, de bajos recursos y que no va a mover la aguja como para que pongan el foco ahí”, asegura.
¿Por qué es importante para el laboratorio formar parte de una institución como la CIC?
Haber sido seleccionados para ser centro de asociación simple es un impulso gigante para nosotros, pero también para la universidad porque es una manera de validarla. La Universidad Nacional de Hurlingham es una institución muy joven, por lo tanto, nuestro laboratorio también es muy joven. Esta asociación con la CIC, que es una institución que tiene su trayectoria y su importancia a nivel provincial, nos da mucho respaldo. Es como un sello de calidad. Es super importante que la CIC como entidad regional se involucre en estas temáticas. La investigación no puede quedar sólo bajo la órbita de CONICET. El CONICET está muy bien, pero si uno analiza todo el devenir histórico, en cierto momento se les quitó poder a las universidades y a otros espacios y todo se centralizó. Esto es una manera de democratizar y regionalizar el conocimiento. Más allá de que Argentina define temas estratégicos que son de común interés a todas y todos, hay diferencias regionalmente. Esto ayuda a tener una mirada más focalizada en los problemas que puede haber específicamente en la provincia de Buenos Aires. Hacer ciencia es fascinante, pero hacer ciencia que pueda servir a la comunidad es todavía mejor y, sobre todo, necesario.
¿Qué es la nanotecnología y cómo se relaciona con tu trabajo?
Nosotros trabajamos con estructuras de tamaño nanométrico. Un nanómetro es un millón de veces más pequeño que un milímetro, la rayita más chiquita presente en la regla escolar. Lo que ocurre con la materia cuando la dividimos en pedazos tan chiquitos es que se comporta de manera diferente a cuando está en la macroescala; es decir, la que nosotros percibimos, olemos, tocamos, saboreamos, etc. Entonces, aprovechamos esas características diferentes que toma la materia nanoparticulada para aplicarla a enfermedades que afectan a la piel. Buscamos tratar de manera diferente afecciones como cáncer de piel, Leishmaniasis cutánea, foto daño producido por la exposición a rayos ultravioletas y algunas otras cosas. Lo que hacemos con estas nanoestructuras es construir una cápsula que permita meter un fármaco dentro y de esa manera reducir los efectos secundarios desfavorables que pueden causar, o buscar la manera de poder dirigirlo mejor por dentro del cuerpo para que llegue a un blanco específico. Otras veces las mismas nanoestructuras son las que tienen capacidad terapéutica, es decir que se pueden activar de cierta manera -por ejemplo con un láser- y hacer que generen calor, que pueda matar a una célula cancerosa. También se puede generar toxicidad a través de otros mecanismos que hagan que un parásito no pueda proliferar después de haber entrado en una célula cutánea humana.
¿Por qué es importante para la Provincia contar con este tipo de tecnologías?
Es súper importante porque significa no ser siempre los proveedores de materias primas. Las científicas y los científicos somos un commodity de la ciencia y muchas veces lo que se exporta es sólo eso, el commodity. Haciendo una analogía, es como ese jugador de fútbol que se forma en un club determinado, pero después se lo llevan a otra parte. El problema acá es que cuando se va un profesional ni siquiera se lo está vendiendo, se va gratis. Hizo toda la formación acá, se lo preparó y, como no hay lugar, se va. De esta manera, si nosotros hacemos ciencia local, por más que las trayectorias personales dependen de muchos factores, es importante que esa investigación tenga que ver con las problemáticas que hacen a cada región, a cada universidad y a cada entorno. Nosotros trabajamos en algunas enfermedades como la Leishmaniasis que son consideradas enfermedades desatendidas. El sector privado nunca va a promover investigación sobre algo que en Argentina tiene unos 200 casos al año y que lo sufren residentes en zonas rurales, de bajos recursos y que no va a mover la aguja como para que pongan el foco ahí. Bueno, también son ciudadanas y ciudadanos y de alguna manera hay que llegar con ciencia de calidad.
¿Qué rol ocupan las Universidades?
La universidad es una manera de canalizar estas demandas y de generar ciencia de calidad. Es importantísimo que la investigación esté presente porque es una manera de lograr una continuidad en la formación como estudiantes. Por ejemplo, uno de nuestros becarios doctorales es de los primeros cinco Licenciados en Biotecnología de la UNAHUR y pudo hacer el doctorado acá gracias a que la universidad tomó la decisión política de conformar una estructura de investigación desde el inicio y no esperar a crecer y tener una masa crítica de egresadas y egresados. En esta universidad la matrícula se disparó exponencialmente a más de 30.000 estudiantes, lo que muestra que había una demanda regional, una necesidad de que hubiese una universidad pública acá. Cuando la universidad está, las alumnas y los alumnos aparecen porque la demanda es real y genuina. La gente quiere aprender, quiere participar, quiere hacer ciencia, quiere formarse mejor. Yo celebro mucho que aparezca siempre el tema de la ciencia en la discusión política.
Para sostener estas conquistas, ¿las científicas y los científicos deben estar comprometidos políticamente?
Dentro de toda actividad humana hay política. El ejercicio de la ciencia es una actividad eminentemente política. Creo que hasta quienes sostienen que están aislados de eso, que están como en una mirada aparte de la política, en realidad están inmersos en un contexto político y todo lo que están haciendo depende de decisiones políticas. Si está la decisión de que haya investigación desde el inicio como pasó en la UNAHUR, por ejemplo, eso es una decisión política. Las líneas estratégicas que determina la CIC para las Ideas-Proyecto que salen cada año son parte de una decisión política y buscan dar respuestas a ciertas problemáticas. La realidad política te atraviesa completamente. Pensar en el rol del Estado es central porque ahí se define quién financia la ciencia: ¿Por qué? ¿Para qué? Es imposible disociar una cosa de la otra. Algunas corrientes políticas reconocen derechos, cosas que ha hecho el peronismo en la Argentina a través de los tiempos. Hay ciertas conquistas y derechos que los trabajadores y las trabajadoras logran en conjunto con el Estado a través de propuestas, y creo que es eso. Yo me siento cómodo dentro de ese planteo. Quizás es que dentro de la ciencia hay más antiperonismo que antipolítica. De todas maneras, hay que destacar que la ciencia argentina es muy colaborativa entre colegas, más allá de sus afiliaciones políticas.
¿Qué significa “democratizar” el conocimiento?
Democratizar el conocimiento es una tarea fundamental. Hay una demanda que puede visualizarse bastante en las redes sociales con la gente que se enoja con las y los científicos y nos dicen “ah, sos científica o científico”, “ustedes son empleados nuestros”, “ustedes están trabajando para el Estado”, “la plata de lo que hacen sale de nuestros impuestos”. Y más allá de la chicana, hay una cuestión que es verdad: nosotros recibimos una formación que en la mayoría de los casos estuvo a cargo del Estado. Entonces, en cierto sentido, uno también investiga para devolverle a la comunidad un poco de todo eso. A veces esa devolución no es tan directa porque se trabaja en ciencia más básica, pero eso finalmente termina siendo el insumo que toma la ciencia aplicada para llegar a la comunidad. Es fundamental comunicarle a esa persona que se dedica a otra cosa -pero que cuando va a comprar está pagando IVA-, qué estamos haciendo. Para eso también hay que salir del lenguaje meramente técnico o académico y, sin subestimar a la gente, lograr comunicar lo que se está haciendo. Más que “divulgar”, que tiene una connotación relacionada a que uno lo baja al vulgo, lo veo de una manera más horizontal. Somos trabajadores de la ciencia, hay otras personas que trabajan en otras cosas, pero todos somos miembros de la comunidad. Hay que difundir y democratizar el acceso al conocimiento; que se enteren, que pueda despertar vocaciones, despertar demandas, impulsar cosas que tienen que ver con la extensión, otra de las dimensiones de la actividad universitaria. Ese es un poco el concepto que me lleva a decir que voy por la democratización de la ciencia.
¿Qué papel ocupa el paper en todo esto? ¿Es una herramienta imprescindible dentro del sistema?
Es una cuestión siempre conflictiva y que tiene pros y contras. En cierto sentido es una manera objetiva de validar el avance y la importancia del trabajo científico, pero ciertamente hoy está muy cuestionado que el paper sea el único indicador que te permita medir el avance de la ciencia. Ahora nos enfrentamos al problema de que la mayoría de las publicaciones científicas están migrando al sistema Open Access pago, en el cual los científicos y científicas y las instituciones para las que trabajan tienen que pagar para poder publicar. El tema es que con la disparidad que hay del peso al dólar, y a otras monedas extranjeras, eso se complica; porque a veces una publicación es equivalente al subsidio anual que se percibe para el funcionamiento del laboratorio. Ahí, claramente, hay que barajar y dar de nuevo en algún aspecto, porque la gran mayoría de publicaciones que todavía no son pagas han firmado un compromiso con las editoriales para migrar a ese sistema en los próximos meses. Hay que ver cómo se va a garantizar que la ciencia argentina pueda publicar. Por otro lado, el paper es una manera de validar y que expertas y expertos internacionales en el tema puedan decir “bueno, esta es una investigación de calidad” y por eso pasa a ser parte del acervo científico, del estado del arte, de lo que hay globalmente disponible en ese tema. Lo que estás pudiendo mostrar con eso, es que ese IVA con el que contribuyen los vecinos sirvió, de ahí salió una investigación de calidad que aporta al conocimiento científico global. Ahora el problema es cuando eso se convierte en el único indicador por el cual vamos a estar midiendo ciencia. Hay mucha gente que está estudiando otra manera de evaluar el desarrollo científico anual.
¿Cuál es el rol de la CyT en contextos electorales?
En el 2015 quedó muy claro: la figura de la ciencia en Argentina es un recurso de gran valor. Los actos que se hicieron en lugares públicos, como lavar los platos en la estación de trenes de Constitución, con participación masiva de la gente… fueron muy fuertes. Eso llevó a que la derecha del espectro político mantuviera el discurso de “sí, la ciencia está bien, hay que mantenerla”. Y a pesar de eso, y de la continuidad de Lino Barañao, todo lo que ocurrió después fue tremendo. Creo que a partir de ahí, sobre todo a través de redes sociales y del periodismo, se aprovechó mucho el tema de la pandemia para intentar hacer mella en la opinión pública respecto de la percepción de la ciencia, entonces se empezó a instalar el tema de que el CONICET es un ámbito kirchnerista, cosa que se cae absolutamente si vos te fijas, por ejemplo, las listas de diputados para las elecciones de medio término y finalmente quienes terminaron entrando al Congreso. Hubo más científicas y científicos en las listas de Juntos por el Cambio que en las listas kirchneristas, lo que te da una pauta de que quizás es una construcción. Instalar la duda de si las científicas y los científicos sobreviven en el sector privado, también. Se le pegó mucho a quienes trabajan en áreas sociales dando a entender que el sector privado no los toma, cuando en realidad hay un montón de aspectos del capitalismo de derecha que se nutre de la ciencia sociales: el diseño sociológico de las campañas publicitarias, las encuestas, etc. En realidad son todas construcciones ficticias. Las instituciones científicas siguen dando un sello, una marca de calidad. La empresa láctea más famosa del país sacó un yogur con el logo del CONICET. Nosotros estamos haciendo desarrollos dentro de nuestro laboratorio con una importante veterinaria de la provincia de Buenos Aires, con una empresa de nanocosmética de CABA, y así. Que en campaña electoral hablemos de la ciencia demuestra que somos un país que le da una importancia enorme al desarrollo científico. En otros países se sorprenden de que en Argentina la universidad sea gratuita. Entonces ahí ya estamos hablando de una concepción de la ciencia desde la política y desde la sociedad. La universidad pública ha sido el motor del ascenso social, es motivo de orgullo en las familias de primera generación universitaria.
Por Mariana Hidalgo / Alejandro Armentia